domingo, 2 de noviembre de 2008

Más que bailar

Hace seis meses que tomo clase de tango, pero todavía no puedo decir que lo bailo, aunque a veces sucede esa magia. Yo solía considerarme buena bailarina, y pensé que al tango era cuestión de unas semanas para agarrarle el modo. Bastó un solo día de clases para enamorarme de él, y sin embargo, resultó más complicado de lo que suponía.

Sin embargo, siempre lo disfruto, pero sobre todo ahora que siento que el abrazo es más estrecho y al mismo tiempo más libre, que los pasos fluyen no sólo con limpieza, sino también con sensualidad, y es una sensualidad que nace del gusto de interpretar, con ciertos giros, boleos, ochos, ganchos y caminadas, una melodía dramática, profunda y llena de vida.

Con el paso de los meses descubro agradables sorpresas que el tango ha traído a mi vida. No sólo una amistad más respetuosa, compresiva y disfrutable con Juan Manuel, quien es mi maestro y pareja de baile, lo mismo que con mis compañeros de aventura dancística. Esta singular danza me ha regalado también una conciencia corporal que se ha traducido en una mejor postura, proporciones más armoniosas y una actitud distinta incluso al caminar. Para sorpresa mía me veo y me siento mejor, espero mis clases de tango con entusiasmo, y si antes usaba la ropa más cómoda y deportiva para asistir a clases, ahora pongo especial cuidado en mi atuendo.

Creo que el tango me ha ayudado a asumir de una forma más completa mi identidad de mujer, de mujer sensual, creativa, entera. Espero que también me enseñe a abrazar mejor, a ser abrazada, y en ese abrazo preciso bailar el mejor tango de todos: la vida.

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